Ello es posible gracias a la condición propia de la filosofía: en cuanto saber metaempírico, se coloca “por encima” de las ciencias particulares. Por ello, puede reflexionar sobre la misma noción de ciencia, sobre su validez y sus límites, sobre su multiplicidad y su fragmentación.
En segundo lugar, la filosofía está presente en el mismo quehacer de todo científico, sea que estudie insectos, sea que se encierre en un laboratorio farmacéutico. Cada ciencia existe y vive gracias a una base filosófica, implícita o explícita; corresponde a la filosofía desvelar y comprender los presupuestos de cada saber.
Por lo dicho, notamos que las ciencias empíricas interpelan y provocan a la filosofía, pues piden a la misma que las comprenda y ayude a situarse en un marco de corrección y de validez. Esto se hace especialmente claro si consideramos los diferentes ámbitos en los que se mueve el quehacer científico.
Todo investigador trabaja en dos niveles íntimamente relacionados. El primer nivel es el de los grandes conceptos o parámetros que sirven para encuadrar y entender las realidades consideradas.
Nociones como ser/existente, cuerpo, materia, forma, estructura, vida, no-vida, muerte, vacío, lleno, elemento, organismo, movimiento, tiempo, espacio, verdad, opinión, error, sensible, inteligible, ley, medida, número, estructura, movimiento, quietud, estabilidad, naturaleza, esencia, información, verificabilidad, confutación, prueba, estadística… suponen una estructura intelectual que va mucho más allá de lo que “digan” los microscopios, los tubos de ensayo y las computadoras que usan muchos científicos en su trabajo cotidiano.
El segundo nivel es el de las observaciones y los datos concretos, objeto de estudio de cada ciencia. Tales observaciones y datos, algunos estudiados en el mundo “natural” o espontáneo (es decir, en la vida normal), otros desde experimentos que aíslan un aspecto de la realidad y dejan de lado los demás, son leídos e interpretados con la ayuda de los grandes conceptos del primer nivel.
Hay que añadir que muchas observaciones dependen de los instrumentos usados (que van desde el simple ojo hasta el recurso a aparatos sumamente sofisticados). Por lo mismo, tales observaciones no son asequibles a todos (al menos, no todos tienen dinero, tiempo o preparación para controlar ciertos datos), si bien los resultados suelen ser recogidos y divulgados a través de publicaciones científicas más o menos comprensibles por la gente.
Estas simples reflexiones dan a entender la riqueza y la complejidad que caracteriza las relaciones entre filosofía y ciencias experimentales. Se dan, además, otras relaciones que enriquecen el panorama.
Por ejemplo, hay científicos que piensan como filósofos y ofrecen ideas y reflexiones más allá de los datos de sus respectivas competencias. Al mismo tiempo, en el pasado y no es algo imposible en el presente, hay filósofos que son científicos, o que se dedican a interpretar las teorías y los descubrimientos de los científicos.
Pascal se movía entre la matemática y la filosofía. Newton no sólo estudiaba los cielos sino que estaba muy interesado en argumentos sumamente variados de la filosofía y de otros ámbitos del saber. Aristóteles, en la Antigüedad, conjugaba una profunda reflexión filosófica con una enorme acumulación de datos observables sobre biología, astronomía, física, etcétera.
Si añadimos a lo anterior que toda actividad humana implica normas éticas, y que la ética sólo se comprende plenamente a la luz de una sana filosofía, se hace todavía más evidente que las ciencias y la filosofía conviven en un diálogo inevitable.
Vemos, en conclusión, cómo el mundo moderno, al igual que lo hiciera el mundo antiguo, necesita valorar y establecer una justa colaboración entre ciencias experimentales y filosofía, sobre todo en dos niveles: ayudar al científico a comprender cuál es su saber específico y la colocación del mismo entre los demás conocimientos humanos; y ayudar al filósofo con los datos y las reflexiones de los científicos para enriquecer y mejorar su comprensión sobre los temas centrales de la filosofía.
Si se lleva adelante esta colaboración, será posible evitar malentendidos e invasiones de campo, y se trabajará con mayor armonía a la hora de afrontar cuestiones centrales que todo ser humano, tarde o temprano, se plantea en el camino de su vida terrena y en su marcha hacia lo que existe tras la muerte.
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