jueves, 20 de enero de 2011

BARYSHNIKOV UN BAILARÍN SIN EDAD


Baryshnikov, la era de la madurez

Mikhail Barishnikov

En Nueva York, Mikhail Baryshnikov, un exitoso bailarín, descubre su vida.

Un silencio frío, de sepulcro, envuelve la sala principal del Baryshnikov Arts Center (BAC), ubicado en una de las zonas más calientes del corazón de Manhattan. Afuera, las calles del barrio conocido como Hell¿s Kitchen hierven con el sol de verano.
Sobra el ruido en Hell¿s Kitchen, lugar donde todos parecen hablar a los gritos. Pero aquí, en el silencio frío del BAC, lo único que se oye es la voz de Mikhail Baryshnikov. Y es en la tranquilidad de este templo, que él levantó en el 2005 para rendir culto a las artes, donde la camaleónica estrella letona pasa la mayor parte de sus días. Allí puede darse un lujo: observar el arte en su forma más cruda. "Es una zona de recreación increíble, incluso para viejos como yo. Soy un poco una especie de voyeur. Me gusta cuando las artes se desarrollan, incluso más que los resultados finales. Me gusta ver los inicios, los primeros ensayos, cuando algo está a mitad de camino y algo está pasando. Esto es un privilegio, es lo que me hace seguir", dice, al referirse a la vida en ese lugar, donde también hoy, más que consagrado, a los 62 años, domina el escenario.

-¿Cómo se siente ahora cuando baila?

-Físicamente, siempre es un desafío. Ahora es un desafío diferente. Hay deficiencias físicas, pero también están las ventajas de la experiencia. Es como una suerte de canje. Pero todavía me pongo nervioso al salir al escenario. Uno confía de alguna manera en su instinto y su experiencia, pero al mismo tiempo, mientras más estás ahí arriba, menos sabes lo que está bien, especialmente cuando haces trabajos nuevos todo el tiempo. Es un territorio desconocido.
-¿Cuándo comienza a disfrutar?

-Cuando baja el telón (risas). Existe una especie de goce cuando estás en el escenario, que a veces es una falsa alarma, porque justo cuando estás empezando a disfrutar algunas cosas, pierdes el control o haces, en mi opinión, algo terriblemente equivocado. Cada persona es diferente. Para mí, es un trabajo que disfruto, pero no es que digo: "¡Oh, vivo en el escenario! ¡Amo actuar! ¡Me olvidé de quién soy!" (risas). No, no, no: yo sé cada segundo quién soy, qué tengo que hacer, qué viene luego, cómo recordar el texto coreográfico y, al mismo tiempo, cómo darle algo de color.
Este es Baryshnikov. La charla ocurre en su territorio: el teatro del quinto piso de su centro artístico. Una sala cruda y rústica. Las luces, los andamios, los cables... Todo está a la vista. Él habla con un acento ruso marcado, pese a que ha vivido la mayor parte de su vida en Estados Unidos. De hecho, dice que se siente estadounidense, y que lleva una vida familiar, conservadora y tradicional, al estilo norteamericano. "Nunca me importó mucho la reputación de sex symbol. ¿Qué es una reputación? ¿Qué clase de sex symbol a mi edad? Es una pérdida de tiempo", refuta. Es un genio que podría hacer casi cualquier cosa en el escenario. Pero apenas se da margen para salirse de su libreto. Más: se ve como "un instrumento en las manos de otras personas" y una y otra vez habla del rol del coreógrafo.
Baryshnikov no planea su retiro y no quiere pensar en su legado como artista. Derrama la misma intensidad cuando se refiere a la danza, el teatro, el cine e incluso su familia, la paternidad, sus amores o la política, pero se lo nota más cómodo hablando de trabajo. Lo demuestra con su lenguaje corporal: no cruza los brazos; los abanica como si estuviera en el escenario. Se explaya, enfatiza conceptos, e incluso llega a molestarse, un poco, cuando se le pregunta si siente algunas de sus actividades, el teatro, por ejemplo, como un hobby. "Me lo tomo muy en serio. No se puede tomar como un hobby subir a un escenario y actuar en un teatro. Si hago algo, le dedico toda mi atención. Asumo proyectos en los que pienso que puedo entregar un nivel que me va a satisfacer".
Esta dedicación es, en parte, una de las razones por las que cree que enseñar no es para él una opción. "Para ser un maestro, tienes que enseñar todos los días de tu vida. Es muy personal. Yo nunca he tenido el tiempo o el compromiso para hacerlo. Usualmente, los buenos maestros comienzan a enseñar muy jóvenes y luego se dedican a eso. No es que digas: 'Ah, bueno, cuando deje de bailar comenzaré a enseñar'. Tienes que tener el deseo interno, esa búsqueda de querer trabajar con gente joven. Es un talento especial. Creo que nunca lo voy a hacer. A mi edad, es demasiado tarde para empezar a enseñar".
Pero él no cree en los papeles. Lleva, sí, una vida de hombre casado, y es padre de cuatro hijos. Pero nunca se casó. Su hija mayor nació de su relación con la actriz Jessica Lange. Sus otros tres hijos, con su actual mujer, Lisa Rinehart, que fue bailarina y se dedica ahora a escribir. "Con mis hijos, mi mujer, mi familia, es todo muy tradicional. Quizá no del todo, porque estoy menos en casa, ya que viajo mucho, pero intentamos ser tradicionales y tenemos una familia del estilo americano, normal. Mis hijos van al colegio y a la universidad, intentamos pasar las tardes y cenar juntos. Mi esposa es una mujer muy conservadora. Yo soy un poquito más burbujeante".
Habla de las giras, de los viajes, y dice que, aunque cometió errores y se involucró en proyectos innecesarios, artísticamente la pasó genial. "Si dices que vas a hacer algo, tienes que hacerlo. No importa cuánto dure o cuánto te guste un proyecto, tienes que terminarlo. Es tu palabra, y tienes que honrarla", justifica. Baryshnikov no separa su vida laboral de la privada. "Es un todo", dice. Y ese todo demanda sacrificios: "Definitivamente, si no hubiera pasado tiempo lejos de mis hijos no habría logrado todo lo que logré en mi nivel".

-¿Se siente culpable?


-Hay culpa, por supuesto, y también preocupación. Pero tengo una compañera genial. Mi mujer es una madre fenomenal y siempre he confiado en su pericia. Ella es muy firme y, a la vez, muy cariñosa. Me permitió ser quien soy, pasar más tiempo aquí (en el teatro).

-¿Ella hizo más sacrificios que usted?


-Sí, sí.

-Y eso, ¿cómo lo maneja?


-Algunas veces intento ayudarla con otras cosas. Ahora que nuestros hijos crecieron, está encarando algunos proyectos, y yo estoy intentando serle útil y entender cuán importante es para ella hacer sus paradas... Algunas veces dirige o prepara coreografías. Es una gran escritora y está algo involucrada en nuestro centro. Sus manos también están llenas.

-¿Habría logrado lo que logró sin ella?


-No. O si hubiera estado completamente solo. No creo que hubiera sobrevivido solo. Realmente necesitaba un hogar.

-¿Cómo es eso?


-Bueno, quizá porque nunca tuve un hogar de chico. Mi madre murió cuando yo era muy pequeño (se suicidó cuando Mikhail tenía 12 años), me fui de mi casa a los 15 y estuve todo en escuelas e instituciones hasta los 18 años. No había mucho hogar. Yo quería eso, lo que probablemente me perdí en mi infancia, la gran familia... y ahora tengo dos nietos y es una alegría saber que uno está vinculado.

-¿Qué tan importantes fueron las mujeres en su vida?


-Amo a las mujeres. Respeto a las mujeres. Creo que son mucho más listas que los hombres; creo que son mejores personas (risas). Se organizan mejor, una mejor escala emocional y son más sensibles. He aprendido mucho de ellas. En mi carrera trabajé mucho con coreógrafas. Creo que son personas muy creativas, y no es que separo al hombre de la mujer. Pienso que se complementan.

-Puede ser complicado...


-Bueno, puede serlo. Pero realmente, con todas las mujeres con las que me involucré en mi vida, desde mi más tierna edad, solamente he tenido amor y respeto.
El tiempo pasa veloz mientras se refiere a su devoción por las historias de Alejandro Dumas. Menciona a León Tolstoi y a Fiodor Dostoievski, cuando se le pregunta por escritores rusos, y se muestra devoto del vino. Es en ese momento cuando el mito parece darle espacio al hombre, aquel que revela su gusto por versiones económicas, algo más acordes con los mortales que sufren las restricciones de un presupuesto: "Me gusta probar vinos de diez dólares y ver qué se puede encontrar. Tengo amigos que están en el negocio. Por supuesto que a veces vamos arriba de ese valor, pero nos divierte buscar variedades en ese precio, como los de mesa".
Fue su deseo de experimentar con la danza uno de los motivos que lo llevaron a los Estados Unidos a mediados de la década del 70. Ahora, a los 62 años, cerca del escenario, cuando se le pregunta si piensa en su retiro, responde: "Depende del trabajo. Puedo parar y decidir que mi cuerpo ya no hace más esto o ver que no tengo ningún trabajo nuevo para continuar. Nunca digo 'bueno, en la próxima primavera voy a bailar en Londres', porque usualmente hago cosas nuevas todo el tiempo". Y eso, explica, lleva meses de trabajo que pueden terminar en la nada, si la obra no funciona, o pueden terminar en una gira, si se siente orgulloso del resultado.
Pero Baryshnikov ofrece algunas señales de que el momento de dejar el escenario no ha llegado: "La vida es un desafío. No escribo mi autobiografía, no hago documentales ni shows en televisión sobre arte. Hago la mayoría de mis trabajos en forma instintiva y por mis razones egoístas. Y amo lo que hago".

Biografía elemental


* Infancia: Nació en 1948, en Letonia. Le gustaba jugar al fútbol, pero su madre le introdujo su afición por la danza. A los 12 años, cuando ella se suicidó, él ya había ingresado en la Ópera de Riga. 
* Mitos: Se dice que es la estrella, con vida, más grande de la danza. Con Nureyev, a quien conoció en 1970, tuvieron el mismo maestro, Pushkin, a quien 'Misha' (su apodo más coloquial) ha dicho querer como a un padre. Ambos fueron estrellas del Kirov y los dos huyeron de suelo soviético para volar alto. En 1983 se naturalizó estadounidense.
* Carrera: Aun con su baja estatura, hizo los protagónicos del repertorio clásico, merced a su técnica límpida y su bravura. En los 80 dirigió el American Ballet Theatre y en la década siguiente creó su compañía, White Oak Dance Project. Actualmente está al frente del Baryshnikov Arts Center. 
* Hollywood: Nominado a un Oscar en 1977 (The Turning Point), actuó en varias películas. En la más célebre, Sol de medianoche, interpretó a Rodchenko, un bailarín ruso expatriado. En el 2004 participó en Sex & the City, como pretendiente de Sarah Jessica Parker (Carrie).
* Amor: De joven, fue novio de Irina Kolpakova. En 1980 conoció a la actriz Jessica Lange y tuvo a su hija mayor (Alexandra). De su relación con Lisa Rinehart (ex bailarina del ABT), su actual mujer, nacieron Peter, Anna y Sofia.
Por Rafael Mathus
 La Nación (Argentina)

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