De Guillermo el Trovador a Alfonso el Sabio / Historia

Discurso de Álvaro Castaño al recibir el título de Honorario de la Academia Colombiana de la Lengua
En el prólogo del libro que yo escribí con el título de "Para la Inmensa Minoría", que reúne muchos de los comentarios que presenté en el micrófono de la HJCK en la "Revista Dominical", mi querido amigo, el presidente Belisario Betancur, con su bondadosa sonrisa que nunca deja de acompañarlo, me sindica como a un contumaz enamorado de las grandes mujeres de la historia y evoca los amores que decidí tener sin consultarle a ella, con Leonor de Aquitania. El presidente Betancur cita una carta que llama "Cifrada de Amor" y que dirigí a ella desde la revista "Pluma", que dirigió nuestro colega y amigo Jorge Valencia Jaramillo y en fin... habla de varias circunstancias que realmente alimentan mi culpabilidad en ese romance. Pero lo que debo decirle a mi querido amigo, Belisario Betancur y a ustedes, es que de ninguna manera Leonor de Aquitania fue mi único amor en la historia. Tuve amores con la bella Arlette, madre de Guillermo el Conquistador; con la famosísima novia del maestro Abelardo, Eloísa; con Agnes Sorel, la primera favorita que tuvieron los reyes de Francia en el siglo XV; con la imposible y maravillosa Juana de Arco, a quien llevé algún día, en Rouen, un ramillete de violetas blancas al sitio donde la sacrificaron en uno de los actos más crueles de la historia, en fin..., con varias más.
La verdad es que yo soy un historiador frustrado. El único momento en que tuve oportunidad de ocupar y de investigar hondamente los vericuetos de la historia fue cuando escribí mi tesis de grado y cuando Miguel Lleras Pizarro, mi inolvidable jefe de tesis, me obligó a hacer un estudio, de verdad, sobre la historia del servicio de la Policía, desde la antigüedad hasta nuestros días, y a examinar cuidadosa y milimétricamente las policías que hemos tenido desde la Independencia. Yo emprendí esa investigación histórica siempre atendiendo a la enseña de Alberto Lleras Camargo que aparece en el pórtico de mi tesis de grado y que dice así: "Habrá buen o mal gobierno si hay buena o mala policía".
Yo debí seguir investigando en los paraísos de la historia porque para mí son paraísos, pero como muchos de ustedes saben en 1950 me dio por fundar la HJCK acompañado de mi adorada esposa, Gloria Valencia, y entonces ese tipo de trabajo de la radiodifusión no da tregua, es muy obligante, es inaplazable, uno siempre está trabajando contra el cronómetro y entonces no tuve tiempo de continuar un trabajo articulado y coherente sobre tantos atractivos que me ofrecía la historia.
Con motivo de la entrada feliz a este recinto académico, que dirige Jaime Posada, he hecho un estudio, que es apenas un ensayo, para comparar y relacionar a dos grandes personajes de la historia: a Guillermo el Trovador, abuelo de mi querida Leonor de Aquitania, y a su pariente, siglo y medio después, Alfonso el Sabio.
Este trabajo tiene el mérito de que no he visto en ninguna otra parte, en ningún autor, la relación entre los dos personajes. No los han unido, que yo sepa. Aprovecho esta oportunidad para preguntarles a mis queridos colegas de la Academia si en sus lecturas han encontrado alguna concomitancia entre estas dos grandes figuras, que me lo digan por favor, porque eso hace parte fundamental, esencial, de mis investigaciones.
Con este título, que sería: De Guillermo el Trovador a Alfonso el Sabio, me permito hacer unas reflexiones con el propósito de optar al título muy importante para mí, de Individuo Honorario de esta Academia.
Habría que comenzar, pienso yo, por trazar un perfil así sea rápido de Alfonso el Sabio, Alfonso X de Castilla y de León, la gran figura de la Edad Media en la vida cultural de Europa.
Para comenzar, yo diría que prefiero juzgar a Alfonso el Sabio primero como hombre y después como figura descomunal de la cultura. Y como hombre vamos a trazar rápidamente el perfil de este señor que en su calidad de mandatario tuvo una virtud que a mí me seduce por encima de todas: fue conciliador, amigo de la paz, enemigo de toda violencia física o mental, pero conciliador. Por cierto que me hace recordar el perfil histórico de nuestro presidente, Juan Manuel Santos Calderón, porque tuvo la misma tendencia a dejar las cosas tranquilas, pero la energía para seguir adelante y para indicarnos con una luz propia cuál es el camino que debemos seguir. Alfonso el Sabio tuvo esa virtud pero además tuvo la conciencia, la responsabilidad impresionante de recibir el legado de la antigüedad y de examinarlo y distribuirlo y lanzarlo hacia el futuro para las generaciones que vendrían; entonces nombró al grupo de los Traductores de Toledo que fueron un equipo de investigadores de máxima importancia en la vida cultural de todos los tiempos. Estos señores pertenecían a las tres razas divergentes que conformaban los súbditos de Alfonso el Sabio: los cristianos, los árabes y los judíos, que naturalmente tenían oposiciones recíprocas. Y Alfonso les dijo: "Mis queridos amigos, aquí no hay tiempo para pelear sino para pensar y trabajar, de manera que depongan todas sus sospechas, sus viceversas de todo orden y vamos a traducir, porque piensen ustedes que detrás de nosotros estuvieron Platón y Aristóteles y tenemos la obligación histórica de recibir ese legado y de irrigarlo para el futuro". Eso ya le dio una grandeza enorme, en mi concepto y me imagino que en el de ustedes, a Alfonso el Sabio.
Aparte de eso siempre tuvo el ánimo del hombre pacífico, enemigo de la violencia a pesar de que la violencia se volvió contra él porque su familia fue inmensamente inferior a las virtudes espirituales de Alfonso. El tuvo un hijo desastroso que se llamó Sancho IV, que acabó traicionándolo y que le usurpó el cetro, nada menos, y que lo irrespetó y no lo entendió.
Esa es otra vertiente en el análisis de la personalidad de Alfonso el Sabio: su infortunio familiar y físico porque además se enfermó y padeció toda clase de horrores en su salud. Ustedes dirán, muy bien, pero ¿por qué Álvaro Castaño nos propone esa dualidad Guillermo el Trovador - Alfonso el Sabio? Ya les dije que no he visto relación alguna entre esos dos hombres, nunca, por ningún investigador. Creo que ya es tiempo de definir un poquito quién fue Guillermo el Trovador, qué condiciones intelectuales y poéticas tuvo ese lejano abuelo de Leonor de Aquitania, mi querida Leonor de Aquitania.
Guillermo el Trovador, abuelo de ella, fue ante todo el primer gran potentado de Francia. Sus territorios en Francia eran ocho o nueve veces mayores, más extensos que los territorios del reino de Francia. Naturalmente eso constituyó a Leonor como el gran "partido", como diríamos hoy en el lenguaje moderno, que optaban al título de reinas de Francia. Ella lo sabía muy bien y en su coqueteo y en su indudable sentido de la fascinación, lo ejerció cabalmente. Y fue muy desgraciada porque no se casó con el príncipe que la mereciera. Su esposo fue llevado al trono en una emergencia cuando se mató el heredero principal, el primogénito, que ése sí había sido educado para el reino y -digamos- para el amor, mientras el segundón a quien hubo que llamar de emergencia, el esposo de Leonor, nunca la satisfizo. Y ese fue el origen de su separación del Rey de Francia y de su matrimonio posterior, con pocas semanas de posterioridad, con el Rey Enrique II Plantagenet, Rey de Inglaterra.
Pero bueno, les estaba diciendo que ya es tiempo de hablar un poquito de Guillermo el Trovador. Guillermo el Trovador, abuelo de Leonor, nació en el año 1071 a 150 años del nacimiento de Alfonso el Sabio que nació en 1221. Hubo ese arco, ese lapso de 150 años entre esas dos grandes figuras.
Guillermo el Trovador, como les digo, era de una insolencia que ha recogido la historia con desconfianza, con incredulidad, porque sus lectores no pueden creer que haya sido un transgresor, un cínico de tan grandes dimensiones. Y lo fue, dos ejemplitos nos lo dibujan claramente: el Papa de la época lo excomulgó varias veces y en una de ellas encargó al Obispo de Poitiers para que se lo comunicara personalmente. Guillermo se enfureció y se lanzó contra el Obispo con la espada desnuda en la mano. El Obispo le presentó la garganta y le dijo:
-"Hiéreme, mátame, hazlo ya". Y Guillermo le contestó: -"No mi querido, no se haga ilusiones, usted no va a entrar al paraíso por cuenta mía".
Naturalmente le perdonó la vida y produjo una de las "boutades" frecuentes en él, otra muy aterradora, muy impresionante que también recoge la historia y que uno creería que no es verdad, pero sí lo fue. Una vez en una Abadía de Niort, situada cerca a su castillo de Poitiers, invitó a varias docenas de sus amigotas, de sus damas de la vida licenciosa -desde luego uno no puede dejar de pensar en Berlusconi en ese momento- y las llevó a la Abadía y les dijo: -"Mis chinitas se me visten de monjas porque hay que respetar este recinto sagrado".
Era de una personalidad impresionante de verdad. Y para terminar este brochazo anecdótico, recordemos el día en que irrumpió brutalmente a caballo en el castillo de Châtellerault y le dijo al vizconde que venía por su esposa. -¡Qué tal! ¡Cómo!... -Sí señor... Y siguió, la apercolló, la puso en la grupa de su caballo y se la llevó a su castillo. Ella se llamaba la "Dangereuse", la Peligrosa, y pasó a la historia como una de las damas más frescas y más corruptas de Francia. Pero en el interior de ese caballero, de ese cínico, de ese transgresor, había un poeta y ¡qué poeta! ¿Y por qué lo digo? Porque él significó el final de la épica, que era el movimiento que imperaba en Francia en ese momento, la épica que era de guerreros, de corazas, de penachos y tizonas y estandartes.
Se acuerdan ustedes de aquel canto tan bello de Rubén Darío "La marcha triunfal" cuando dice: "La espada se anuncia con vivo reflejo / ¡Ya viene el cortejo! / ¡Ya viene el cortejo de los vencedores!". Bueno eso era la épica, era la violencia, la exaltación de la fuerza, eran Carlo Magno, Rolando... Entonces llegó la voz delgada de los trovadores que le hablaron al oído a la mujer. En la épica no había lugar para escuchar a los poetas porque había demasiado ruido de tambores y de pífanos. En ese momento de la historia llega Guillermo el Trovador nacido en 1071, abuelo de Leonor, nacido en Burdeos, y lanza su primer poema que era en un tono totalmente distinto, salta de la epopeya a la lírica haciendo unos poemas absolutamente sorprendentes, intimistas, interiorizados. Uno que dice por ejemplo:
Haré un poema de la pura nada.
No tratará de mí ni de otra gente.
No celebrará amor ni juventud
ni cosa alguna,
sino que fue compuesto durmiendo
sobre un caballo.
Eso indicaba un avance impresionante en la historia de la poesía y era la representación cabal de la presencia de los trovadores en la Provence, en el sur de Francia. Guillermo los representó a todos, él fue mejor que todos, fue más elocuente que todos y al hablar de la poesía de los trovadores tenemos por fuerza que hacer una mención de las Cortes de Amor, que fueron presididas siempre por una mujer, que muchas veces fue Leonor de Aquitania. Hablemos de la agenda que tenían las Cortes de Amor. Se trataba de juzgar a los amantes, cómo era la conducta de los amantes, había un juez que era Leonor y sus asesores. Se presentaban los casos de amor, las oposiciones, los problemas que tenían y un tribunal juzgaba el hecho amoroso, las consecuencias de esos amoríos en un ambiente totalmente pagano en donde se exaltaba a la mujer, la mujer por sí misma, por bella, porque era el ser amado por los trovadores. ¿Por qué es importante unir nuevamente a estos dos personajes extremos? Porque mientras esas exaltaciones a la mujer culminaron siglo y medio después con las Cantigas a la Virgen Santísima, que consistieron en la más importante expresión cultural de la Edad Media, el famoso Cancionero Mariano que en 429 Cantigas hace la exaltación y el elogio de la Virgen Santísima y que fue presidido, fue inspirado, fue escrito, fue concebido por Alfonso el Sabio, este estaba simplemente prolongando el mensaje, el legado de Guillermo el Trovador. Esa fue la otra justificación, digamos la otra credencial de Alfonso para entrar a la historia y las Cantigas son el hecho más espectacular de su tiempo porque estaban compuestas por varios elementos: el musical, en primer lugar. Alfonso fue un músico de miedo, de maravilla, inspirado, original, que al cantarle a la Virgen estaba exaltando a la mujer. Todo consistió -para entender esa figura- en que la dama se hizo a un lado, la dama que había exaltado el amor cortés se hizo a un lado y fue sustituida por la Virgen Santísima que impuso Alfonso el Sabio. Esas Cantigas pertenecen a un patrimonio cultural de la humanidad extraordinariamente importante... pero hay que complementar esa idea pensando que esa música de Alfonso el Sabio hizo un solo conjunto con las miniaturas de la época, que son de una belleza extraordinaria, realizadas por un pincel primoroso, por los pintores de la corte Alfonsí. Entonces con ese pincel y esas miniaturas pictóricas se trazó un cuadro de costumbres que, en mi concepto, sólo se puede comparar con la pintura del viejo Peter Bruegel. Ustedes la recuerdan, cómo nos describe la vida de los campesinos flamencos, sus tristezas, sus alegrías, sus fiestas, sus kermeses, que quedaron para nosotros como un testimonio vivo de lo que fue la sociedad de los Flamencos en los Siglos XV y XVI. Ese fue uno de los elementos, el otro fue la actuación de los juglares que hacían toda clase de piruetas y cantaban melodías para componer la Cantiga que, como les digo, fue la culminación cultural más viva de la Edad Media.
A Alfonso el Sabio, a él -y eso sería un importante aporte de mi ensayo- hay que juzgarlo como un trovador más. Además de sus virtudes como trovador fue el autor de una obra de tipo jurídico: el Fuero Real, el Espéculo y las Siete Partidas. También dirigió la construcción de las Catedrales de Burgos y León, es decir, fue, en mi concepto, un intelectual, un culto, que no ha sido superado hasta el momento y que ha tenido mucho infortunio en el reconocimiento que le ha cabido en la historia de la humanidad.
Considero con toda convicción que hay que reivindicar a Alfonso el Sabio y que ha habido una distracción culpable de las Academias, de los Centros Culturales, de los investigadores, de los historiadores, porque han dejado de lado a semejante figura tan extraordinaria. El espíritu de este estudio es este: reivindicar a Alfonso y sostener, afirmar, que ese ímpetu que le llegó en la sangre, esa lírica que le empañaba el corazón y la garganta nunca los hubiera tenido si no lo hubieran inspirado los ancestros que recibió de su remoto abuelo, Guillermo el Trovador, que fue el que le dio toda la fuerza y la justificación histórica.
Se me quedan por fuera muchos temas. Por ejemplo, el fracaso de Alfonso ante el "Negocio del Imperio" que llamaban, porque él aspiro toda la vida a ser Emperador del Sacro Imperio, pero los señores Papas de la Santa Sede se lo impidieron sistemáticamente, entre otras razones, por culpa de Leonor porque Leonor de Aquitania había hablado con gran insolencia ante el Papa Celestino, III cuando el Emperador de Alemania apresó a su hijo Ricardo Corazón de León. En esa ocasión Leonor le dijo: "Sumo pontífice ¡por Dios! cómo no me ayuda a conseguir el dinero para pagar el rescate, usted le ha servido a los poderosos por causas mucho menos grandes que esta que yo reclamo". Y firmaba la carta: "Leonor, Reina de Inglaterra, por la rabia de Dios". Y luego esa insolencia la heredaron su hija Leonor, su nieta Berenguela -que me quede sin hablar de esa maravilla de mujer, que fue la abuela de Alfonso el Sabio- Berenguela la madre de Fernando III, padre de Alfonso.
Yo me extendería, pero me parece que ya es suficiente para darles una idea de cuál ha sido mi intención, cuál ha sido mi propósito al unir estos dos personajes y a reivindicar principalmente a Alfonso el Sabio. Para terminar dos menciones especiales: a Carolina Sanín, la única historiadora colombiana que hasta el momento se ha ocupado en su libro de la biografía de Alfonso el sabio y a José Font Castro, con mi imperecedera gratitud por el material que generosamente me envió desde Madrid para escribir este ensayo sobre Alfonso el sabio.
Por Álvaro Castaño Castillo
Por Álvaro Castaño Castillo
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