martes, 23 de agosto de 2011

VILLAMIZAR UNO DE LOS MEJORES ESCULTORES DE COLOMBIA...


Sala Rafael Prada Ardila de la Universidad Industrial de 

Santander



En el momento en que un escultor, como Ramírez Villamizar halla su manera de nombrar la naturaleza, en ese mismo instante la escultura se da sin él y por ello mismo está en la realidad, como diría Nietzsche. No es necesario sino soñar la escultura y ella habrá de estar y ser en la realidad. No hay, por ello mismo, que hacer más realidad, sino, por medio de la escultura, hacer más irreal la realidad, como es el proyecto de Ramírez Villamizar. Es una estética ascética y mística que se realiza y se transforma por medio de la escultura. Y aquí el medio no es una mediación sino la intención totalizante y absoluta, porque el medio es inmediatista. En la escultura de Ramírez hay una intención indestructible por hacerse de ella en él, en su vida. Mientras que es lector de Nietzsche hace una escultura que no es una teorización demostrativa y probatoria de su lectura, sino el intento ideal y rebelde de hacer del texto una escultura que no obedece a una imitación de lo que está en el libro.

Las esculturas de Ramírez Villamizar son libros que leemos. Nuestra visión se sostiene allí y se posee. No podemos exorcisarnos como lectores de sus esculturas sino hemos leído el libro que está allí, nombrado e innombrable, la naturaleza. La escultura de Ramírez Villamizar está dominada por su invocación de la naturaleza. Él llama a la naturaleza a su escultura, la lleva hasta allí y la transmuta en el instante. Lo hermoso de la naturaleza, es que no es más que el instante. La naturaleza no se instala en la vida, sino en la muerte, por eso como dice la crítica de arte Ana María Escallón: “…Así sus obras son unas esculturas, insisten en el romanticismo del hierro oxidado, en la precariedad que inspira la intemperie. Y, al mismo tiempo, aparece una forma muy severa y racional que proyecta y atrapa imágenes en el espacio”.

Geometría y construcción, son la obsesión real e irreal de Ramírez Villamizar. Lo ideal y el sueño, se construyen en sí mismos como una medida de lo inmedible, de lo inabarcable. La escultura de Ramírez Villamizar provoca a la naturaleza que no tiene medida y que se mide a sí misma. No hay naturaleza sin medida. La tensión de lo excesivo no está aquí en estas esculturas, aunque si hay un observador barroco ya sabrá que lo excede. Y es que al observar una escul-tura de Ramírez Villamizar, hay que tener un cono-cimiento muy denso de de que se trata. Hay que proyectarse en ellas y relacionarlas dentro de uno, con lo que cada uno es, y es más: con lo que no se es todavía en relación con ellas. El barroco de la escultura de Ramírez Villamizar se evidencia en el pliegue. Escultura de pliegue: América y su tradición y no su historia. Aquí nunca hubo una escultura que deviniera de la historia sino una diseminación de la tradición, ya sea desde Torres García (“El principio geométrico ha hecho su aparición, y esto ya es una reintegración a la cultura arcaica”, Universalismo constructivo, 1943), Tamayo, Mérida, Gerzho, Lipchitz, González o desde él mismo, en la incitación de la eclosión de su sentido. No es el arte historizado lo que se da en Ramírez Villamizar, sino la revelación de la tradición. No es quién soy, sino que estoy siendo, lo que en cada forma se nos nombra. El escultor nombra con la forma y su vacío, que es la muerte. La forma es la muerte y el escultor lo sabe muy bien, el pliegue
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